En una de las críticas a mi nueva pieza, Tangos Cubanos, al lector se le dice que corra a ver a Danza Contemporánea de Cuba (DCC) –y yo estoy de acuerdo. Son, simplemente, la mejor compañía de danza en el mundo (y por mucho). Olviden Marinsky, Pina Bausch Company o Forsythe –DCC es a quien realmente hay que tener en cuenta. Desde el punto de vista técnico, son todos bailarines soberbios dispuestos a hacer cualquier cosa, desbordantes de energía e inteligencia, y en mi opinión, sobre todo, llenos de personalidad –todos son verdaderas individualidades. Terminé mi último blog sobre Cuba hace un año diciendo (sobre la invitación que la Compañía acababa de hacerme para regresar y crear una pieza para ellos), “nunca digas que los sueños no se hacen realidad”. Y esta experiencia ha sido un sueño mágico.
No estoy diciendo que todo ha sido fácil –nada lo es en Cuba. Pero por suerte no estuve solo. Normalmente uno tiene un angelito en un hombro y un diablito en el otro pero en este viaje tuve dos ángeles del British Council, Laura Pérez y Laura Alos, quienes me guiaron con su experiencia. Así que, qué no fue fácil? Número uno: internet –o más bien, la falta de ella. Todo el mundo en el Reino Unido habla de cuan refrescante es no tener que preocuparse por buzones de entrada –sobrevivimos 30 años sin internet así que, cuál es el problema?
El problema es que, hace 30 años nadie la tenía así que nadie te pedía fotos urgentes para tu próxima presentación, ni te preguntaba qué vuelo preferías. Número dos: comprar cosas –muy poco se puede comprar, da lo mismo si lo que hace falta es un cable, un vestuario de tela blanca que estire o un trípode. En tercer lugar: la comida. ¿Qué puedo decir? A los cubanos simplemente no les interesa la comida, tienen otras prioridades, como por ejemplo, bailar toda la noche. Acabado de llegar de tres semanas en Japón, donde la comida es exquisita y mucho más priorizada que bailar toda la noche, encontré esto bastante duro. Tenía mi propia cocina, pero encontrar ingredientes era difícil. Hmmm, ¿piñas, frijoles y arroz? Ok pero, por cinco semanas? Aunque tengo que decir que ya de vuelta en el Reino Unido la primera vez que fui a Waitrose los estantes abarrotados me parecieron algo obscenos.
De vuelta a la nueva pieza, Tangos Cubanos, fue un reto doblemente difícil. ¿Qué se yo de Tangos y qué se de Cuba? Bueno, realmente esta es la cuarta vez que me aventuro en el mundo del tango; la primera fue el Tango Connie, para mi compañía Divas, con cuatro bailarines en mallas rojas de corduroy; después la solitaria Tango de Soledad y luego el filme Tango Brasileiro con Gabriela Alcofra.
También sé algo de historia de la música –los primeros tangos llevaban el gentil ritmo de la habanera (creado en la Habana como resultado de la colisión de los ritmos europeos y africanos) con su característico ritmo dum-da-dum-dum. La habanera le daba un toque liviano a estos tangos, si se les compara con el tango argentino actual (desde los años 30) donde hay que pisar fuerte. Con respecto a los demás elementos, y sin querer sonar como Yvonne Rainer, le dije “no” a todos los clichés del tango: ningún hombre con sombrero, ni sayas abiertas al lado, ni machismo, ni rosas entre los dientes, poses o trajes. Pero sí a la ternura que puedes encontrar en las calles de Buenos Aires en una pareja de 90 años bailando ensimismados. En la crítica que mencioné antes también se decía “el argentino Enrique Santos Discepolo, considerado uno de los grandes poetas del tango, definió el género como un pensamiento triste que se baila. Tal vez esa fue la idea que quiso capturar el coreógrafo y compositor.” Así mismo es.
En cuanto a Cuba, solo estuve ahí antes por tres semanas una vez, pero trabajando con bailarines y estudiantes y técnicos en vez que de vacaciones, y eso en Cuba es toda una escuela. Sobre todo, quería evadir los clichés –y de nuevo me sentí muy aliviado al leer las críticas “toma diez momentos, cortos, simples, como fotos, que sin uno darse cuenta sirven de eje épico al gran trabajo frente a nosotros…son memorias, evocaciones de la Habana referenciadas de forma en que casi nada pasa, como en la vida”.
Un elemento importante de la nueva pieza son los enormes dibujos de Silke Mansholt, que llenan todo el escenario bañando a los bailarines en una intrincada telaraña de luz. Como en Japón, tuve el privilegio de tenerla conmigo durante los ensayos finales para ajustar los deslumbrantes dibujos en el escenario.
Hablando nuevamente de los bailarines –de vuelta a casa tuve un intercambio con Annabelle, otra de las coreógrafas, sobre cuánto ambos los extrañábamos. Verdaderamente podían volverse realmente fuera de control –alguien durante una visita a los ensayos dijo que aquello parecía un aula de prescolares, pero dije que eso no era justo (con los alumnos prescolares, ¡que pueden ser mucho más disciplinados!). De todos modos no quiero a un grupo de bailarines mirándome fijamente en silencio –mejor prefiero dejarlos pelear hasta que al final se viran hacia mí y preguntan “¿quién tiene la razón?”, momento en el que usualmente les decía que iba a cambiar completamente ese pedazo de la pieza! Las tres partes que más les gustaba ensayar eran por supuesto la pieza donde tomaban cerveza, la del cake y el tango del beso –cake, cerveza y besos, les dije, ¡esta pieza es la mejor fiesta que hayan podido tener!
Cada día a la hora del almuerzo me sentaba fuera con los bailarines y una señora (que se dio a la tarea de enseñarme español, negándose incluso a servirme hasta que mi pronunciación no fuera perfecta) venía con galletas de queso las cuales vendía a cinco pesos cada una (la señora fue al teatro luego a ver la pieza). Al final de las cinco semanas Martica una de las bailarinas me dijo que las extrañaría -las galletas, quiero decir. Tengo la receta, le contesté –sí, pero tienen queso cubano, me dijo moviendo la cabeza. No te preocupes, le contesté, me llevo una maleta llena y cuando se me acabe volveré. Eso es, fue su respuesta.
Billy Cowie trabajó en Cuba con el apoyo del British Council.